Hola, ¿cómo están?
Hicimos uno de estos hace unos meses. Hoy probemos otra vez con los apuros cotidianos.
Nos seguimos leyendo. Gracias por estar ahí.
1
Hace unos meses, un profesor importante de Santa Fe estuvo en el seminario de teoría jurídica y política que tenemos en la facultad. Presentó un paper sobre la obligación del derecho de cuidar el medio ambiente. Su posición es muy preventiva y promotora de amplias limitaciones a las acciones que pueden causar daño potencial.
Un colega tucumano y yo, ambos quince años menores que el profesor, estuvimos bastante desafiantes en el debate. Nuestras visiones eran, digamos, capitalistas, acentuando que primero hay que crear riqueza, sobre todo en el contexto de Argentina. Incluso yo llegué a enarbolar una perspectiva progresista inspirada en la recientemente vigente “doctrina de la abundancia” (en la que no estoy seguro de creer): “Hay que dejar de impedir acciones, dejar de ser una máquina de impedir; hay que empezar a producir para sacar a la gente de la pobreza”.
El profesor terminó muy contento con el evento y con nosotros dos, que lo organizamos. Pero yo salí sintiéndome aún más excitado por haberme medido con él frente a sus pares, que lo veneran.
Nos fuimos de la facultad en varios autos para ir a cenar. Él y yo subimos en el mismo. Doblamos por la calle Muñecas. Él miró el cartel y preguntó:
—¿Por qué Muñecas?
—Batalla de Muñecas —respondí yo.
La profesora que manejaba, una mujer de la edad de mi madre, dijo:
—Por Ildefonso de las Muñecas, un sacerdote de la época de la Independencia.
Se lo dijo a él. No me corrigió directamente, lo dijo como si yo no hubiera hablado. Ellos siguieron conversando sobre otro tema.
Son de la misma generación y comparten espacios académicos hace al menos dos décadas. Yo quedé callado en el asiento de atrás hasta que llegamos al restaurante.
La batalla es de Chacabuco, burro, me dije.
En Wikipedia dice que Ildefonso de las Muñecas fue efectivamente sacerdote y comandante en la guerra de Independencia del Alto Perú. Era tucumano.
La profesora que manejaba había estado pacífica durante el debate y le había hecho una pregunta puntual, que seguramente la ayudaría en su trabajo, sobre jurisprudencia ambiental.
2
Este estilo de pequeñas entradas numeradas se lo estoy copiando a un escritor de Miami que sigo en Substack. Lo conocí porque escribió una extensísima nota para The Metropolitan Review sobre el novelista William T. Vollman. Ahí empecé a seguirlo. La nota fue un hit y él pasó de tener más o menos mis mismos seguidores a ocho veces ese número en uno o dos meses.
Le escribí cuando no tenía tantos. Me contestó amablemente por mensaje privado en la aplicación. Me preguntó qué escribía. ¿En inglés y en español? Le conté que estaba escribiendo una nota para la misma revista sobre Borges.
Le pedí un mail para contarle más. Me lo pasó. Le escribí uno largo, donde le hablaba de mi vida, de mi carrera académica y defendía mi visión positiva de la escritura autobiográfica, que sabía que a él no le gustaba tanto.
Eso fue hace varios meses y nunca me contestó. Lo seguí leyendo en sus posteos y poniéndole “me gusta”.
Sus seguidores crecieron en el medio. No fue sólo por esa nota, en absoluto: él escribe mucho y cada vez mejor.
Escribe sobre sí mismo en Substack y es bastante más joven que yo.
Yo me había imaginado que podíamos tener una correspondencia de escritores, al estilo de la que tuvieron Jonathan Franzen y David Foster Wallace, hablando sobre la naturaleza de la ficción y la prosa narrativa, y que después la publicaríamos cuando fuéramos famosos los dos.
Menos mal que no le dije eso también en el mail. ¿O sí se lo dije?
No me animo a releerlo.
3
Finalmente, coordiné la entrevista con otro autor norteamericano, este de Nueva York. Se conectó al Zoom que le envié y me pidió mantener la cámara apagada.
Al final de la entrevista no pude con mi genio y le pregunté si había leído la nota que le había mandado para su revista hacía meses. “Estoy entusiasmado con que la leas”, le dije.
—Yo también —respondió, como queriendo decir que estaba entusiasmado por leerla, pero lo dijo con muy poco entusiasmo, casi automáticamente. Ya me había dicho por mensaje unos días antes que no había estado muy ocupado últimamente.
Me dio la sensación de que, en las últimas preguntas de entrevista, él miraba otra pantalla y hacía otra cosa, quizás en el celular o en la misma computadora.
De todos modos, la primera media hora de la charla está bien. Es amena y lo presenta bien para el público argentino.
4
Publiqué una nota en mi Substack sobre dos novelas que leí. Me pareció de las mejores cosas que he escrito, pero nadie comentó nada. Recibió un solo “me gusta” hasta las ocho de la noche, y era de mi madre.
Esperé hasta el final del día para escribir esto que estoy escribiendo ahora, y nadie más apareció. Fui al dentista en el medio. Me arreglaron una muela que se me quebró bien atrás en la hilera.
Estoy adolorido y un poco adormecido. Cuando era más chico me dolía menos, me parece, pero no estoy seguro.
Releo la nota. No está nada mal. ¿Qué habrá pasado?
Cuando termino estas cinco apostillas, me siento más tranquilo.
5
Me decidí a escribir esto después de escuchar el podcast de Coleman Hughes con el psicólogo y autor Arthur C. Brooks, donde hablan de la felicidad. Conocía a Brooks de The Atlantic, pero casi no lo había leído: escribe notas con títulos muy sugestivos, como “Por qué Wittgenstein tenía razón sobre el silencio” o “La fuerza que obtenés al no ofenderte”, pero están detrás de un paywall. Hablando es muy articulado e inteligente.
Dice que ser feliz es una tarea nuestra, no de nuestra biología. La madre naturaleza no tiene ninguna forma de evaluar eso, no hay ningún código biológico que indique si somos o no felices. Nosotros somos los que nos concentramos en hacer cierta tarea, lograr cierto crédito y queremos que eso nos satisfaga.
“Tengo el ascenso, la pareja, pero todavía estoy insatisfecho. ¿Qué pasó?”, pregunta Brooks.
Es que no estamos hechos para estar felices todo el tiempo. Simplemente vamos a estar insatisfechos en muchos momentos.
Después agrega que muchas veces aumentamos nuestra insatisfacción cuando nos concentramos en ese pequeño momento que nos dejó perplejos o humillados, tristes o sintiéndonos estúpidos. Lo amplificamos como si fuera el verdadero problema, pero no lo es. En realidad hay muchos otros pequeños problemas que nos ocupan y exigen esfuerzo, u otro problema verdaderamente serio que debemos tratar con calma.
Está bien, la vida es así. La vida está en muchas partes; no es el colapso en ese momento preciso y definitorio.
Si no hubiera pasado eso, estaría bien.
Si la editora me contestara los mensajes, estaría bien. Si la nota saliera publicada, estaría tranquilo. Si la escritora me alabara más la novela, no andaría tan cabizbajo.
Ese es el error, dice Brooks. No hay un solo problema que resuelve todo. No es este de ahora ni será el siguiente de dentro de una semana.
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Si no pueden, está todo bien. Gracias por estar y por seguir leyendo.